lunes, 3 de marzo de 2014

El palimpsesto revolucionario



Océanos de tinta han corrido y seguirán corriendo sobre la revolución cubana. Paradójicamente, esto no significa que sea tarea fácil acceder a una literatura realmente científica sobre el tema, controlada por la garantía que ofrece el rigor metodológico de la ciencia histórica. Es natural: todo historiador sabe que deben pasar décadas (cincuenta años suele ser el número mágico) para que las aguas turbulentas de los acontecimientos en desarrollo se decanten, los archivos se abran y la distancia cronológica “enfríe” las pasiones (y, en algunos casos, las responsabilidades penales) y sea posible adquirir la perspectiva y la objetividad que son propias de la necesaria distancia que exige el rigor del método que busca la verdad. Como el fenómeno que nos ocupa sigue en pleno desarrollo —y es por su propia naturaleza política, agriamente polémico—, es muy natural que la mayor parte del material que se encuentre esté marcado por ese mismo carácter partidista. Como se trata de un régimen dictatorial de izquierdas, mucho de lo que se conseguirá estará signado por la propaganda pura y dura orquestada por el régimen y cultivada refinadamente en algunas academias “primermundistas" que encuentran en la defensa de la leyenda aurea del castrismo una obligada forma de autojustificación moral. Si se quiere una versión más objetiva, desde la perspectiva de las víctimas, por decirlo así, hay muchas obras de carácter testimonial, que son de gran valor, pero su propio carácter personal implica que hay que considerarlas más bien fuentes para la investigación histórica posterior, que las someterá a la necesaria crítica y valoración en orden a la elaboración de una perspectiva más global.

Como quiera que el capítulo abierto por Castro en 1959 no se ha cerrado todavía, esta carencia de una historia rigurosa y académica del mismo es comprensible, si bien frustrante para el lector interesado. Es justamente por eso que la obra que estoy reseñando aquí destaca notablemente. La autora es Profesora de Historia Cubana y Caribeña en la University of Florida. Hija de padres cubanos exilados, nacida en Estados Unidos, posee simultáneamente la necesaria distancia que exige el rigor de la disciplina histórica y la cercanía —intimidad, incluso— con el país y el fenómeno estudiado que le permite comprenderlo con una profundidad que no sería posible en un investigador completamente ajeno a la realidad cubana. Ha podido así escribir la que a mi humilde juicio es la mejor historia de la revolución cubana que se haya publicado hasta el momento.

No se trata, sin embargo, de una mera narración cronológica de los “hechos” históricos, sino de un estudio mucho más estructural que lineal para sacar a la luz los movimientos profundos, tectónicos, que hicieron posible la consolidación de la que es, sin duda, la única dictadura totalitaria que se ha logrado instalar en nuestro continente. La obra cubre el período comprendido entre 1959 y 1971, es decir, entre el inicio de la revolución y el famoso “caso Padilla”, que marcó la ruptura del consenso a favor del castrismo reinante entre la intelectualidad mundial. En este sentido, no cubre toda la historia del proceso cubano hasta nuestros días, cosa que naturalmente nos hubiese gustado mucho, pero el rigor y la acuciosidad de la autora justifica plenamente la limitación. De hecho, ya en sus actuales dimensiones se trata de una obra monumental.

La investigación se centra en responder a la pregunta acerca de cómo fue posible para Fidel Castro alcanzar un consenso social tan abrumador y aplastante como para lograr permanecer en el poder hasta el día de hoy. De allí que sea completamente lógico que la autora se concentre en los años de consolidación del poder castrista y haga una suerte de disección del proceso que revele las estrategias utilizadas por los barbudos para lograrlo. Utiliza para ello la metáfora del palimpsesto, aquellos pergaminos escritos que eran raspados por los copistas de la Antigüedad y la Edad Media para borrar su contenido y poder así reutilizarlos, escribiendo un nuevo texto sobre ellos. La caída de Batista supuso un remesón de la sociedad cubana que despertó todo tipo de expectativas democratizadoras y modernizadoras en su seno. A diferencia de Venezuela, cuando, un año antes, la caída de Pérez Jiménez despertó expectativas similares, pero que se canalizaron hacia la difícil conformación de una democracia de partidos de carácter limitadamente liberal, el proceso cubano fue hábilmente secuestrado por Castro, quien lo condujo hacia el establecimiento del único Estado comunista de América, frustrando con ello la posibilidad del surgimiento de una sociedad democrática en la Isla. El entusiasmo inicial de la revolución originó una explosión de narrativas propias de cada sector social que expresaban no solo su apoyo, sino las esperanzas que querían ver realizadas en aquella nueva e inédita experiencia política. Como un siniestro copista, Castro reescribía sobre esas narrativas de la gente la suya propia, cuya vocación no era tanto la de ser dominante como la de ser la única. Todas las expectativas tenían que expresarse y acomodarse dentro de los términos de la narrativa hegemónica que el dictador deseaba. De lo contrario, eran consideradas expresiones de oposición al régimen y, como tal, execradas.

La gran narrativa fidelista, entonces, exigía la unanimidad forzada de toda la población en torno a la idea de que la represión del disenso era necesaria para poder garantizar la efectiva realización de las expectativas de progreso social que se despertaron a la caída de la dictadura batistiana. De allí que Castro viera en el comunismo el sistema perfecto para lograr sus fines de dominio total y, en consecuencia, procediera a desplazar de los cargos clave del Estado a las personas que provenían del llamado Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio y que no se sumaban dócilmente al discurso hegemónico por individuos provenientes del PSP, es decir, por comunistas. A este proceso de totalización de la sociedad cubana y de cooptación del proceso político colaboró en no poca medida la torpeza de la actuación de los EE. UU., que proveyó a Castro de un elemento central de toda narrativa totalitaria, particularmente útil en un país con un acendrado nacionalismo como es Cuba: el enemigo externo, que permite unificar a todas las voluntades en torno a líder la nación que se opone gallardamente, cual David, al Goliat “imperialista”.

El libro nos va mostrando cómo este proceso de “ortopedia” del disenso se desplegó en diferentes sectores sociales, todos ellos plenos de justificadas expectativas de emancipación y progreso: las mujeres, los negros, los campesinos, los jóvenes, los intelectuales, entre otros. A medida que avanza la lectura, se hace evidente cómo se fue conformando una atmósfera densa, opresiva, que terminó ahogando incluso a la joven intelectualidad comprometida con lo que creían un proceso político justo y necesario. El detallado análisis del “caso Padilla” revela cómo la locura ideológica del régimen llegó al paroxismo. Un particular valor agregado del libro reside en el hecho de que la autora pudo acceder casi que por casualidad al legajo original del caso. Paradójicamente, fue tal el peso de la losa de silencio represivo que cayó sobre él, que los archiveros no tenían ni idea de la importancia política de aquellos papeles, que la autora pudo disimuladamente digitalizar y utilizar entre las fuentes de su trabajo.

Este libro me parece de lectura obligada para los venezolanos, quienes estamos padeciendo desde hace quince años el intento de establecer una dictadura comunista en nuestro país, precisamente bajo la asesoría —parece incluso que la dirección— de los hermanos Castro. Desde el libro de la Profesora Guerra, sin embargo, es posible atisbar algo de esperanza: aquí ha fracasado la condición sine qua non que sí se presentó en Cuba, a saber, la construcción de una unanimidad (aquí lo llaman, gramscianamente, hegemonía comunicacional) en torno al chavismo y su narrativa. En su peor momento, la disidencia venezolana no bajó nunca del 40 % de la población. Hoy en día, es muy probable incluso que sea mayoritaria. Nos sugiere, también, que la vía para la construcción de una sociedad plural y democrática pasa por permitir la expresión de las legítimas expectativas de todos los sectores sociales que están urgidos de mejores condiciones de vida, evitando muy cuidadosamente el secuestro y la “ortopedia” de esos anhelos en función de un proyecto político personalista.

No puedo sino recomendar este excelente libro. Hay que agregar que su alto nivel académico no implica que estemos frente a un pesado “ladrillo” escrito en la pedante lengua de algunos “especialistas”. Por el contrario, se trata de una obra muy ágil, que se deja leer con gusto, a pesar de sus 512 páginas. Sería muy importante que se editara pronto una traducción al castellano. Se trata de una obra que sin duda alguna será considerada pionera en el futuro de la investigación histórica sobre la revolución cubana.

Disponible también en edición Kindle y eBook.


Guerra, Lillian: Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971, Chapell Hill: The University of North Carolina Press, 2012, 512 págs.

https://www.goodreads.com/book/show/19773268-visions-of-power-in-cuba