sábado, 13 de diciembre de 2014

A veinticinco años de la caída del Muro: Historia de una familia a la luz crepuscular del socialismo




¿Existe «la Historia»? ¿Así, con mayúsculas, ese engendro hegeliano que en su progreso indetenible sacrifica a los individuos en el altar de su propia autorrealización? Probablemente no. Es una de las cosas que me sugirió la lectura de esta extraordinaria novela de Eugen Ruge, donde la «Historia» cede el paso a las pequeñas historias —reales, concretas, tangibles— de los miembros de una familia perteneciente a la elite de la República Democrática Alemana. In Zeiten des abnehmenden Lichts (En tiempos de la luz menguante) narra el decurso vital de tres generaciones durante la fugaz existencia de aquella República falaz. Pero no lo hace para narrar la «Historia» de aquel breve país que ya no existe, sino justamente para sumergirnos en las profundidades de las vidas efectivamente vividas por personas cuyas existencias estaban íntimamente ligadas a la «construcción» de la utopía socialista en suelo alemán.

Se trata de una auténtica saga familiar en la tradición de Los Buddenbrooks, arquetipo del Familienroman alemán, si bien las diferencias entre ambas obras son, naturalmente, enormes, como enormes son las diferencias entre los mundos en los que ambas narraciones se despliegan. La novela de Ruge posee una arquitectura muy compleja que, por un lado, engancha la expectativa del lector con una suerte de suspenso que se dilata a lo largo de todo el libro y que, a la vez, va dosificando las revelaciones y los descubrimientos que van surgiendo en la lectura y lo van ayudando a reconstruir el tejido hilvanado por el destino de los protagonistas. La mirada de Ruge es muy madura y objetiva: no hay nostalgia alguna por la RDA, pero tampoco ninguna intención de «denuncia», en el sentido de una «novela-testimonio». Es también una mirada sabiamente irónica y, a pesar de la tragedia —o quizás precisamente para darle su justa dimensión—, también llena de un humor muy bien dosificado, que hace juego con la densa melancolía que empapa toda la narración.

Los grandes acontecimientos de esos años son apenas mencionados y son como el telón de fondo contra el que se desarrollan las peripecias vitales de los protagonistas. Las memorias de los personajes, sus flashbacks, irrumpen aquí y allá y nos van permitiendo situarlos en el tiempo histórico. Pero el tiempo real, el más importante, es el tiempo interno de los protagonistas. El libro está escrito desde una multiplicidad de perspectivas: desde la vida interior de algunos de los personajes, tal como ésta se mostraba a su propia conciencia en cada estación de la vida. Y lo que así se despliega ante nuestros ojos es la manera en que el arrogante intento de construir el paraíso en la Tierra no puede ser sino una gigantesca mentira en la que quedan atrapados y asfixiados los destinos personales. La novela, en el fondo, está construida sobre la dialéctica entre la mentira y la verdad que subyace a todo orden político constituido con una lógica voluntarista y sacrificial: como en una tragedia griega, los personajes se van definiendo a sí mismos desde su complicidad con la mentira de la que son cómplices, hundiéndose así cada vez más en ella; o desde la voluntad de sacar a la luz toda la falsedad y el vacío sobre el que han edificado su vida, aún con todo el dolor que esto supone.

Y eso es lo que Ruge pone a nuestros ojos, sin juicios morales explícitos, sin retóricas políticas: las vidas gastadas en vano, las consecuencias del extravío ideológico (y, añado yo, en último término, de la idolatría), sobre las existencias concretísimas de las personas que se vieron a sí mismas atrapadas por el único muro de la historia humana que ha sido construido no para que ningún enemigo pudiera invadir el país, sino, por el contrario, para que nadie pudiera salir. Más notable aun es que la narración de Ruge no está escrita desde la perspectiva de los ciudadanos disidentes de la RDA, sino desde la de gente que era parte de la dirigencia del sistema. El patriarca de la familia, incluso, había sufrido la persecución nazi y el consecuente exilio. Y, sin embargo, aún sin saberlo, todos estaban tan encerrados y atrapados como el más rebelde de los disidentes, aun siendo ellos mismos los autores de la pesadilla. Toda la novela está como suspendida sobre un inmenso vacío: el vacío de la mentira que subyace a todo intento de construir el socialismo, de tomar las riendas de la «Historia» para dirigirla con un monstruoso voluntarismo hacia su consumación.

No obstante, el autor mira también con gran respeto y hasta ternura a sus personajes. Porque lo que quiere rescatar es justamente el valor absoluto, infinito, de cada vida vivida, aún en medio de las tinieblas de los infiernos que los seres humanos tan puntualmente sabemos prepararnos. En esa mirada está, a mi juicio, la más efectiva y profunda condena del experimento socialista que pueda hacerse.

Recordé mucho, cuando leía esta novela, otros libros que leí hace algunos años: Cómo llegó la noche de Huber Matos y Antes que anochezca, de Reinaldo Arenas. Dos testimonios estremecedores de dos vidas aplastadas por otro socialismo, en este caso la tiranía caribeña del siniestro Dr. Castro. Las recordé porque, como la novela de Ruge, tienen como título la noche que se aproxima como una amenaza. La misma oscuridad que está cerniéndose sobre Venezuela. La noche del socialismo, que, como las tentaciones más refinadas del demonio, seduce siempre sub angelo lucis, bajo la apariencia de luz.

Este libro fue galardonado con el Deutscher Buchpreis 2011.


Ruge, Eugen: In Zeiten des abnehmendes Lichts. Roman einer Familie, Reinbek bei Hamburg: Rowohlt Verlag, 2011.

Disponible también en eBook y Kindle.


Edición en español:



Ruge, Eugen: En tiempos de luz menguante. Novela de una familia, Barcelona: Editorial Anagrama, 2013.

Disponible también en eBook y Kindle.






https://www.goodreads.com/book/show/18815689-in-zeiten-des-abnehmenden-lichts-roman-einer-familie

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Caracas muerde de nuevo





Héctor Torres —quien ya nos había sorprendido gratamente el año pasado con Caracas muerde—, acaba de publicar Objetos no declarados, otro libro de crónicas sobre nuestra atormentada ciudad. Si bien esta última obra no es una “continuación” de la primera, creo que no sería exagerado afirmar que ambos volúmenes conforman una suerte de Suma caraqueña que explora a fondo la apocalíptica realidad de nuestra ciudad en este siglo XXI, que parece hundirse sin remedio en la anarquía, el crimen, la pobreza y un sinnúmero de calamidades que nos quitan el aliento y la esperanza a sus habitantes. No obstante, la mirada de Torres no se deja arrastrar por la pendiente fácil de un nihilismo común a cierta literatura “urbana” que gusta regodearse en una poética de las oscuridades del albañal y la ambigüedad moral de los arrabales. Tampoco cae en los clichés propios de la literatura de carácter “social” o de “denuncia”, con su carga maniquea y de idealización de la pobreza. Se trata más bien de una mirada madura, equilibrada, que muestra con toda honestidad el peso de las tragedias humanas que acontecen a diario en Caracas y las carencias morales de sus habitantes, que las explican. Pero también despliega ante nuestros ojos la esperanza de los caraqueños que se empeñan en vivir para que haya futuro y que humanizan casi que heroicamente la muy deteriorada convivencia ciudadana. Y esto lo hace Torres con un acercamiento que aún siendo crítico no es amargo, sino más bien lleno de un fino humor y de una iluminadora ironía que delata un amor muy profundo por la ciudad que habita. Esto hace que la experiencia del lector —al menos la mía— no sea la de reafirmar la tristeza que ya se vive en la calle, sino más bien la de una suerte de catarsis terapéutica que invita a una posible reconciliación con esta ciudad que nos atormenta. Objetos no declarados es un libro imprescindible para comprender la Caracas de nuestros días.

Héctor Torres: Objetos no declarados, Caracas: Ediciones Punto Cero, 2014, 160 págs.

https://www.goodreads.com/book/show/23262104-objetos-no-declarados

lunes, 3 de marzo de 2014

El palimpsesto revolucionario



Océanos de tinta han corrido y seguirán corriendo sobre la revolución cubana. Paradójicamente, esto no significa que sea tarea fácil acceder a una literatura realmente científica sobre el tema, controlada por la garantía que ofrece el rigor metodológico de la ciencia histórica. Es natural: todo historiador sabe que deben pasar décadas (cincuenta años suele ser el número mágico) para que las aguas turbulentas de los acontecimientos en desarrollo se decanten, los archivos se abran y la distancia cronológica “enfríe” las pasiones (y, en algunos casos, las responsabilidades penales) y sea posible adquirir la perspectiva y la objetividad que son propias de la necesaria distancia que exige el rigor del método que busca la verdad. Como el fenómeno que nos ocupa sigue en pleno desarrollo —y es por su propia naturaleza política, agriamente polémico—, es muy natural que la mayor parte del material que se encuentre esté marcado por ese mismo carácter partidista. Como se trata de un régimen dictatorial de izquierdas, mucho de lo que se conseguirá estará signado por la propaganda pura y dura orquestada por el régimen y cultivada refinadamente en algunas academias “primermundistas" que encuentran en la defensa de la leyenda aurea del castrismo una obligada forma de autojustificación moral. Si se quiere una versión más objetiva, desde la perspectiva de las víctimas, por decirlo así, hay muchas obras de carácter testimonial, que son de gran valor, pero su propio carácter personal implica que hay que considerarlas más bien fuentes para la investigación histórica posterior, que las someterá a la necesaria crítica y valoración en orden a la elaboración de una perspectiva más global.

Como quiera que el capítulo abierto por Castro en 1959 no se ha cerrado todavía, esta carencia de una historia rigurosa y académica del mismo es comprensible, si bien frustrante para el lector interesado. Es justamente por eso que la obra que estoy reseñando aquí destaca notablemente. La autora es Profesora de Historia Cubana y Caribeña en la University of Florida. Hija de padres cubanos exilados, nacida en Estados Unidos, posee simultáneamente la necesaria distancia que exige el rigor de la disciplina histórica y la cercanía —intimidad, incluso— con el país y el fenómeno estudiado que le permite comprenderlo con una profundidad que no sería posible en un investigador completamente ajeno a la realidad cubana. Ha podido así escribir la que a mi humilde juicio es la mejor historia de la revolución cubana que se haya publicado hasta el momento.

No se trata, sin embargo, de una mera narración cronológica de los “hechos” históricos, sino de un estudio mucho más estructural que lineal para sacar a la luz los movimientos profundos, tectónicos, que hicieron posible la consolidación de la que es, sin duda, la única dictadura totalitaria que se ha logrado instalar en nuestro continente. La obra cubre el período comprendido entre 1959 y 1971, es decir, entre el inicio de la revolución y el famoso “caso Padilla”, que marcó la ruptura del consenso a favor del castrismo reinante entre la intelectualidad mundial. En este sentido, no cubre toda la historia del proceso cubano hasta nuestros días, cosa que naturalmente nos hubiese gustado mucho, pero el rigor y la acuciosidad de la autora justifica plenamente la limitación. De hecho, ya en sus actuales dimensiones se trata de una obra monumental.

La investigación se centra en responder a la pregunta acerca de cómo fue posible para Fidel Castro alcanzar un consenso social tan abrumador y aplastante como para lograr permanecer en el poder hasta el día de hoy. De allí que sea completamente lógico que la autora se concentre en los años de consolidación del poder castrista y haga una suerte de disección del proceso que revele las estrategias utilizadas por los barbudos para lograrlo. Utiliza para ello la metáfora del palimpsesto, aquellos pergaminos escritos que eran raspados por los copistas de la Antigüedad y la Edad Media para borrar su contenido y poder así reutilizarlos, escribiendo un nuevo texto sobre ellos. La caída de Batista supuso un remesón de la sociedad cubana que despertó todo tipo de expectativas democratizadoras y modernizadoras en su seno. A diferencia de Venezuela, cuando, un año antes, la caída de Pérez Jiménez despertó expectativas similares, pero que se canalizaron hacia la difícil conformación de una democracia de partidos de carácter limitadamente liberal, el proceso cubano fue hábilmente secuestrado por Castro, quien lo condujo hacia el establecimiento del único Estado comunista de América, frustrando con ello la posibilidad del surgimiento de una sociedad democrática en la Isla. El entusiasmo inicial de la revolución originó una explosión de narrativas propias de cada sector social que expresaban no solo su apoyo, sino las esperanzas que querían ver realizadas en aquella nueva e inédita experiencia política. Como un siniestro copista, Castro reescribía sobre esas narrativas de la gente la suya propia, cuya vocación no era tanto la de ser dominante como la de ser la única. Todas las expectativas tenían que expresarse y acomodarse dentro de los términos de la narrativa hegemónica que el dictador deseaba. De lo contrario, eran consideradas expresiones de oposición al régimen y, como tal, execradas.

La gran narrativa fidelista, entonces, exigía la unanimidad forzada de toda la población en torno a la idea de que la represión del disenso era necesaria para poder garantizar la efectiva realización de las expectativas de progreso social que se despertaron a la caída de la dictadura batistiana. De allí que Castro viera en el comunismo el sistema perfecto para lograr sus fines de dominio total y, en consecuencia, procediera a desplazar de los cargos clave del Estado a las personas que provenían del llamado Directorio Revolucionario y del Movimiento 26 de Julio y que no se sumaban dócilmente al discurso hegemónico por individuos provenientes del PSP, es decir, por comunistas. A este proceso de totalización de la sociedad cubana y de cooptación del proceso político colaboró en no poca medida la torpeza de la actuación de los EE. UU., que proveyó a Castro de un elemento central de toda narrativa totalitaria, particularmente útil en un país con un acendrado nacionalismo como es Cuba: el enemigo externo, que permite unificar a todas las voluntades en torno a líder la nación que se opone gallardamente, cual David, al Goliat “imperialista”.

El libro nos va mostrando cómo este proceso de “ortopedia” del disenso se desplegó en diferentes sectores sociales, todos ellos plenos de justificadas expectativas de emancipación y progreso: las mujeres, los negros, los campesinos, los jóvenes, los intelectuales, entre otros. A medida que avanza la lectura, se hace evidente cómo se fue conformando una atmósfera densa, opresiva, que terminó ahogando incluso a la joven intelectualidad comprometida con lo que creían un proceso político justo y necesario. El detallado análisis del “caso Padilla” revela cómo la locura ideológica del régimen llegó al paroxismo. Un particular valor agregado del libro reside en el hecho de que la autora pudo acceder casi que por casualidad al legajo original del caso. Paradójicamente, fue tal el peso de la losa de silencio represivo que cayó sobre él, que los archiveros no tenían ni idea de la importancia política de aquellos papeles, que la autora pudo disimuladamente digitalizar y utilizar entre las fuentes de su trabajo.

Este libro me parece de lectura obligada para los venezolanos, quienes estamos padeciendo desde hace quince años el intento de establecer una dictadura comunista en nuestro país, precisamente bajo la asesoría —parece incluso que la dirección— de los hermanos Castro. Desde el libro de la Profesora Guerra, sin embargo, es posible atisbar algo de esperanza: aquí ha fracasado la condición sine qua non que sí se presentó en Cuba, a saber, la construcción de una unanimidad (aquí lo llaman, gramscianamente, hegemonía comunicacional) en torno al chavismo y su narrativa. En su peor momento, la disidencia venezolana no bajó nunca del 40 % de la población. Hoy en día, es muy probable incluso que sea mayoritaria. Nos sugiere, también, que la vía para la construcción de una sociedad plural y democrática pasa por permitir la expresión de las legítimas expectativas de todos los sectores sociales que están urgidos de mejores condiciones de vida, evitando muy cuidadosamente el secuestro y la “ortopedia” de esos anhelos en función de un proyecto político personalista.

No puedo sino recomendar este excelente libro. Hay que agregar que su alto nivel académico no implica que estemos frente a un pesado “ladrillo” escrito en la pedante lengua de algunos “especialistas”. Por el contrario, se trata de una obra muy ágil, que se deja leer con gusto, a pesar de sus 512 páginas. Sería muy importante que se editara pronto una traducción al castellano. Se trata de una obra que sin duda alguna será considerada pionera en el futuro de la investigación histórica sobre la revolución cubana.

Disponible también en edición Kindle y eBook.


Guerra, Lillian: Visions of Power in Cuba: Revolution, Redemption, and Resistance, 1959-1971, Chapell Hill: The University of North Carolina Press, 2012, 512 págs.

https://www.goodreads.com/book/show/19773268-visions-of-power-in-cuba

jueves, 20 de febrero de 2014

Un orbe católico



Estamos tan acostumbrados al mundo laico y secular de la modernidad y a su aparente avance indetenible que nos resulta muy difícil imaginar otro, en el que, a diferencia del nuestro, el catolicismo ocupe el centro de la vida social y personal. Es más, a la mayoría de los católicos es muy probable que un mundo así les resulte no solo imposible, sino aún indeseable. ¿Cómo sería el mundo, sin embargo, si, por el contrario, las tendencias laicistas y agresivamente secularizadoras de las ideologías modernas hubiesen sido derrotadas por la fe católica y ésta fuese la matriz en la que se configurara la sociedad humana? Esto es justamente lo que imagina Robert Hugh Benson en Alba triunfante, una  sorprendente novela escrita en 1911, unos años después de su obra maestra Señor del mundo (1907). De hecho, Alba triunfante no es la continuación de Señor del mundo, sino una suerte de contrapunto, en el que se muestra qué hubiese ocurrido si, en lugar de imponerse el humanismo ateo moderno, el catolicismo se hubiese constituido en el fundamento espiritual de la sociedad moderna.
Robert Hugh Benson

La novela se desarrolla en un ficticio 1973 y, como en Señor del mundo, está llena también de visiones futuristas —estilo Julio Verne— de un mundo lleno de grandes progresos tecnológicos y científicos (el autor parece fascinado por la idea de las máquinas voladoras —es decir, los aviones—, hoy tan triviales para nosotros). Pero no es ese el punto más interesante de ambas novelas, aunque les otorga una calidad cinematográfica también muy adelantada para su tiempo. Lo realmente importante está en la profunda visión metafísica, teológica, cultural y aún política que subyace y se expresa en esta narración. La sociedad cristiana que describe Benson ha logrado una síntesis entre la ciencia moderna y la teología, en la que ambas, en lugar de entrar en conflicto, reconocen cada una su lugar y se enriquecen mutuamente, para provecho de la humanidad. Esta complementariedad de la fe y la razón, que es uno de los rasgos más importantes del catolicismo y que fue equilibrada y brillantemente desarrollada y proclamada como esencial al sistema dogmático católico en el Concilio Vaticano I, está muy inteligentemente expresada en esta obra. Esto obedece no a un mero pacto de caballeros o a una forzada tolerancia, como quizás sucede hoy en día, sino precisamente porque en el corazón del universo bensoniano late la convicción de que el dogma cristiano no es un mero “sistema de símbolos” que vehicula contenidos éticos, sino la única expresión posible de la revelación del núcleo último de la realidad y su sentido. Si esto es así, no tiene la ciencia moderna nada que temer de la fe, ni la fe nada de la ciencia. Ni va la fe a hundir a la ciencia en el “oscurantismo”, ni va la razón científica a disolver la fe, puesto que cada una reconoce su puesto esencial en el acceso del hombre a la comprensión de la realidad, que no queda reducida a mero “hecho positivo”.

Salvator Mundi (Atribuido a Leonardo)

Este es el elemento de la obra de Benson que me parece más relevante y actual y que apunta justo en la dirección de una de las carencias que están en la base de la debilidad que muestra el catolicismo contemporáneo: estamos tan embebidos en una suerte de positivismo materialista y humanista ambiental, que pareciera que los creyentes, muy en el fondo, no nos tomamos realmente en serio la idea de que los dogmas de la fe cristiana no son “simbólicos” (en el sentido moderno de que algo simbólico no es real), sino que son la expresión racional de verdades ontológicas, metafísicas de aquello que es último, fundamental, de la realidad. Hemos olvidado que, en cristiano, lo simbólico es sacramental, es decir, hace presente de manera real aquello que en sí mismo es lo más real de la realidad. En los últimos decenios, un cierto y absurdo desmedro de lo dogmático en favor de lo ético ha terminado —de manera bastante sutil y hasta inadvertida para los creyentes— por reducir el cristianismo a una suerte de ética filantrópica e incluso ha operado una especie de “protestantización” del catolicismo, cuando no en una politización radical-izquierdista del mismo.

Esta distancia entre nuestro mundo y el universo de Benson, donde la ortodoxia no era sinónimo de cerrazón e inmovilismo mental, hace que la lectura pueda resultar incómoda y a veces hasta irritante para nosotros, lectores ilustrados de un mundo que de moderno pasó a nihilista. Sobre todo, cuando nos enfrentamos a la manera en que Benson resuelve el problema de la relación entre la política y la fe en un hipotético mundo ambientalmente católico como el que describe. No quiero abundar mucho en este punto, puesto que no quiero robarle al lector la propia experiencia de la extrañeza, que me parece esencial para el disfrute de la lectura de esta novela. Pero sí es bueno aclarar que hay que entender el propio universo mental de Benson, que es un inglés converso de finales del siglo XIX y principios del XX, monárquico y que desea hondamente ver a su país reconciliado con Roma. Hay que decir que en este difícil asunto, sin embargo, Benson está muy claramente consciente de la diferencia entre el dogma católico y las formas políticas. Y también a su favor, hay que decir que vale la pena leer con atención —justamente si uno tiene convicciones liberales y democráticas— sus observaciones críticas a los modelos políticos modernos, ya que apunta en la dirección de uno de sus problemas fundamentales, aún no resuelto: el problema de las fuentes de la legitimidad política. Es muy interesante también ver cómo Benson, en este punto, acusa muy bien las tensiones internas —que pueden ser muy agudas e inquietantes—, que se presentarían para la Iglesia y los cristianos en un mundo donde ésta fuese, de alguna manera, triunfante.

Finalmente, hay que decir que quizás haya una debilidad en esta novela, comparada con Señor del mundo. Y es que ésta última es, teológicamente, más verosímil. Justamente porque relata ficcionalmente lo que es el contenido de la escatología cristiana, tal como aparece en los textos del Nuevo Testamento: en el fin de los tiempos (que no es algo que va a ocurrir solamente en algún oscuro punto del futuro, sino algo que se inauguró ya con la muerte y la resurrección de Cristo: es justo el tiempo en el que estamos desde hace dos mil años), la Iglesia va a estar en lucha con el Anticristo, que aparecerá incluso como triunfante. Según la Escritura, la victoria final de la Iglesia tiene un carácter esencialmente escatológico. No es que Benson se desdiga de eso, naturalmente: el principio anticrístico sigue presente y activo en Alba triunfante, y las tensiones que se harían presentes a la conciencia cristiana en un mundo católico subyacen a la narración, inquietando al protagonista y al lector. Pero el curso real de la historia parece confirmar más bien la profecía de Señor del mundo que las nostalgias y las esperanzas de conversión del mundo que animaron a Benson a escribir Alba triunfante. No obstante, ambas novelas conforman un gran díptico que tiene que apreciarse en su integridad, para entender la grandeza de la visión de Benson y su muy pertinente convicción de que en la Iglesia católica —con toda su fragilidad— se preserva y transmite la verdad profunda del mundo y de la vida.

Robert Hugh Benson: Alba triunfante, Madrid: Homolegens, 2009, 462 págs. (Esta edición castellana tiene una excelente introducción de Sergio Gómez Moyano, cuya lectura recomiendo a quienes deseen informarse sobre Benson y su obra.)

El texto original en inglés (The Dawn of All) está disponible gratuitamente en Kindle y en eBook.

https://www.goodreads.com/book/show/20755990-alba-triunfante




martes, 28 de enero de 2014

Una distopía católica




Ediciones Cristiandad ha tenido la excelente idea de reeditar esta extraordinaria novela de R. H. Benson, publicada por primera vez en 1907, ocasión en la que se convirtió en un best-seller. Lejos de envejecer, este libro ha cobrado con los años una enorme actualidad, sobre todo si se toma en cuenta que el autor ubica los acontecimientos que narra justamente en nuestra época, a principios del siglo XXI. Fue, en este sentido, una novela futurista y quizás la primera obra del género de las distopías. Como virtualmente escribe sobre nuestro presente, nos toca a nosotros juzgar la pertinencia de su intento y, a mi juicio, el balance es muy favorable para la clarividencia del autor.

R. H. Benson a los 35 años
Benson, como el Cardenal Newman, fue un converso del anglicanismo al catolicismo. Era hijo nada más y nada menos que del Arzobispo de Canterbury y se educó en Eton y Cambridge. Como Newman, era toda una personalidad en la Inglaterra de su tiempo. Su profunda visión teológica encontró expresión, más que en tratados teóricos, en una vasta obra literaria. Sus novelas son una suerte de “teología narrativa” de gran calado y el mejor ejemplo de ello es, justamente, Señor del mundo, que yo no tendría ninguna duda en llamar un tratado de escatología fundamental.

Naturalmente, Benson no podía acertar con respecto a los acontecimientos que se iban a desplegar a lo largo del siglo XX. La historia no es nunca predecible. En lo que sí acertó fue en lo que yo llamaría el desarrollo profundo de las tendencias metafísicas y culturales que cristalizarían en la centuria que tenía frente a él. Cuando Benson escribe, está teniendo lugar ya en el seno del catolicismo el surgimiento del modernismo. Es decir, la idea de que el cristianismo tiene que adaptarse al humanismo ilustrado y moderno para poder ser viable y pertinente en el mundo actual. Benson percibe con claridad que esta tendencia va a tener mucha importancia en las décadas por venir. En su hipotético futuro nos encontramos con un mundo en el cual el humanismo, el socialismo y la “religión positivista” de Comte han logrado construir una suerte de utopía humanitaria que, sin embargo, es en realidad una profunda mentira y, precisamente, el reino nada más y nada menos que del Anticristo, que en perfecta coherencia con la revelación bíblica ―sabia y hondamente leída por Benson―, va a ser un líder inmensamente popular y “humanitario”. El engaño del Anticristo es así tremendamente sutil. Puede confundirse fácilmente con el Evangelio, pero es justamente su contrario, como sucede en el famoso fresco de Luca Signorelli en la Capella di San Brizio, donde éste aparece como un personaje sospechosamente similar a Cristo, pero que tiene, para quien sepa verlo, al Demonio susurrándole al oído.

L. Signorelli: Predica e punizione dell'anticristo (detalle)

Nuestro mundo se parece mucho al de la ficción de Benson. No sólo porque éste logra prever algunos de los adelantos tecnológicos de los que hoy en día disfrutamos, a la manera de Julio Verne, sino porque si hay algo que nos caracteriza es la creencia en el “evangelio secular” de un mundo “humanista” en el que somos capaces de alcanzar la felicidad del hombre solo con nuestros esfuerzos, con el poder de nuestra razón y siguiendo la guía de la “naturaleza” que  nos habla a través nuestros instintos y deseos. Un mundo completamente inmanente, volcado sobre sí mismo y cerrado a la trascendencia y la alteridad de Dios. En la distopía de Benson es la Iglesia quien se mantiene fiel a la verdad y no cae en este engaño “sub angelo lucis”, pero  lo que más inquieta de una lectura de la novela es darse cuenta que, cien años después, esta confusión entre el reino de Dios y el reino del hombre se ha hecho presente, por la fuerza de la cultura ambiental, incluso dentro del ámbito mismo del cristianismo: muchas “teologías” y prácticas pastorales contemporáneas han resbalado sutilmente por esta pendiente y han terminado por obrar una suerte de reducción del cristianismo a una ética socio-política, que ve en la Escritura, la Tradición y el Dogma tan solo una especie de “soporte simbólico” que vehicula unos ciertos valores universales y en la liturgia una “celebración de la praxis” de una Iglesia entendida como una comunidad intramundana comprometida en la realización de un vago programa sociopolítico o filantrópico, cuando no en la franca colaboración con algún régimen “revolucionario” de los que de vez en cuando alzan cabeza en el mal llamado “tercer mundo”. Esto no es otra cosa que una completa secularización de la fe cristiana, por la vía de la erradicación de toda dimensión sobrenatural y por obra de una falsa y falaz contraposición de lo “pastoral” frente a lo “dogmático”. Lo cierto es que lo realmente ortodoxo —o realmente “ortopráxico”, como otros gustan decir— es el primado ontológico de la verdad sobre la caridad, como muy bien ha enseñado Benedicto XVI en su notable encíclica Caritas in veritate. El agape, para que sea cristiano, es un amor en la verdad, un amor que brota del Logos, animado por el Espíritu Santo. La filantropía divorciada de la verdad puede derivar en grandes extravíos, como muy bien lo ve Benson: en su novela, uno de los máximos “logros” de la civilización anticrística es, por ejemplo, la eutanasia, que a los ojos de todo el mundo aparece como una cosa muy “humanitaria” y hasta compasiva.

Dicho en términos de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, el Anticristo no es un tipo como Hitler: el Führer y su obvia y descarnada maldad viene a ser una “tentación de primera semana”, una seducción a obrar un mal demasiado evidente. Es más bien, una tentación de “segunda semana”: un líder “humanitario”, “filantrópico”, “justiciero”, que oculta su perversa intención bajo la apariencia de bien (sub angelo lucis, dice San Ignacio), y que por lo tanto es mucho más peligroso, porque su seducción es también mucho más sutil. No es Hitler, sino el Che Guevara, que era también un asesino psicópata, pero que ha sido estilizado como una especie de santón de la juventud y sus muy loables anhelos de justicia. Como se sabe, el camino al infierno está pavimentado con buenas intenciones.

Es justamente sobre ese extravío posible que advierte la novela de Benson y su lectura es muy pertinente justamente para el momento actual que vive el catolicismo. Frente al peligro de la mundanización y la secularización de la Iglesia, hay que recuperar el horizonte escatológico, metafísico y sobrenatural del cristianismo. Porque, como dijo el Papa Francisco en unas de sus declaraciones recientes, la Iglesia no es una ONG.

Finalmente, es bueno acotar que la densidad teológica de la novela no implica que se trate de una lectura pesada. Por el contrario: es una novela muy ágil, interesantísima y provoca leerla de corrido. Ese es otro de los indicadores de que estamos frente a un gran libro que ha sido injustamente olvidado: es, a la vez, entretenido y profundo.

Para aquellos lectores que lean en inglés, el texto original está disponible completamente gratis en su edición Kindle.

Robert Hugh Benson: Señor del mundo, Madrid: Ediciones Cristiandad, 2013, 400 págs.

https://www.goodreads.com/book/show/18895456-se-or-del-mundo


sábado, 25 de enero de 2014

Santos de todos los días

Este libro del Archimandrita Tikhon ha sido un éxito de ventas en Rusia, su país de origen, y su traducción es también un best-seller en el mundo de habla inglesa. El autor es un monje ortodoxo ruso que nos presenta una galería de entrañables personajes que ha conocido a la largo de toda su vida y que son el testimonio vivo de lo que es la santidad realizada en la cotidianidad de la "vida escondida en Cristo" propia del monacato oriental. No es un libro de teología, pero el autor logra, sin ningún tipo de pesada teorización, mostrar con mucha claridad la profunda teología que subyace y da sentido a la vida monástica. Hay que tomar en cuenta que muchas de las historias del libro ―incluida la de la propia vocación del autor― tienen lugar durante los duros años del comunismo soviético. Estas historias dan cuenta de la heroica resistencia de la fe cristiana a los embates del Estado totalitario y a la absoluta incapacidad de los burócratas soviéticos para comprender aquel enemigo aparentemente débil que tenían delante y que pretendían borrar para siempre de la faz de la Tierra y que, sin embargo, terminó siendo un adversario formidable que nunca pudo ser reducido. Muestra que la fuerza de esa resistencia estaba, simplemente, en una vida hondamente enraizada en la verdad y no en la falsa ilusión que generaba el poder total que creían portar los esbirros de la dictadura comunista.

El autor es cineasta de profesión y su estilo tiene mucho de cinematográfico, hasta el punto de que resulta muy difícil soltar el libro y no caer en la tentación de leerlo de un tirón. Si no sucede, es simplemente porque es un libro bastante voluminoso y sería agotador no detenerse en algún momento. Además, las breves historias que lo componen merecen una serena atención y una buena dosis de reflexión. Es un libro para degustar. Además, está escrito con un extraordinario sentido del humor que a veces resulta hilarante. Si alguien pensaba que la vida de un monje es una cosa oscura, pesada y triste, se va a encontrar con todo lo contrario: vidas llenas de luminosidad, buen humor y una ligereza que nace de la profundidad de la oración constante y fiel. Y nótese que la alegría que transpiran estos personajes extraordinarios tiene, en la mayoría de los casos, el nada optimista trasfondo de la Rusia soviética, incluidos los períodos fundacionales del Estado totalitario comunista, el estalinismo, la II Guerra Mundial, el Gulag y los deprimentes años que siguieron a la muerte de Stalin.

El libro está escrito, además, de tal manera que una persona que no tenga ninguna creencia religiosa pueda disfrutarlo enormemente. Se asomará a una de las formas de vida tradicionales más antiguas que sobreviven en nuestro mundo hipertecnológico y podrá entrever dimensiones inéditas de la existencia humana que hemos dejado de lado, pagando un precio enorme, sin ni siquiera darnos cuenta.

Es una lástima que no haya todavía una traducción castellana. Es, sin lugar a dudas, uno de los mejores libros que he leído y no puedo sino recomendarlo.


 Archimandrite Tikhon: Everyday Saints and Other Histories, Prokrov Publications, 2012.


Un libro necesario

Este es un libro realmente importante, que sostiene una tesis con la que estoy totalmente de acuerdo: el problema de la pobreza y el subdesarrollo de Venezuela tiene su principal causa en el monopolio por parte del Estado de la propiedad y explotación de la riqueza petrolera. Más aún, esa riqueza monopólica del Estado petrolero es la base del «contrato social» sobre el cual se construyó la democracia venezolana, lo cual explica su rápido auge y crecimiento, pero también y sobre todo sus límites y su también rápida decadencia. Esta es una tesis muy importante y pienso, como la autora, que la posibilidad de un cambio positivo que enrumbe a Venezuela hacia la prosperidad económica y la estabilidad política pasa por asumirla con toda seriedad y en construir un orden político y económico cuyo «contrato social» esté fundado sobre otro modelo, en el que el Estado patrimonialista no tenga cabida. En este sentido, la autora tiene plena razón cuando ve que el chavismo y su descabellado intento de imponer una sociedad socialista completamente anacrónica es consecuencia de las radicales insuficiencias del modelo político y económico venezolano, sostenido en el monstruoso poder que la sociedad le otorgó al Estado al entregarle la propiedad y la gestión de los recursos petroleros. Ese modelo creó las condiciones necesarias para que, una vez alcanzados sus límites, el totalitarismo pudiera alzar la cabeza y apalancarse sobre los ingentes recursos de la renta petrolera, enfeudando progresivamente a toda la sociedad bajo la seductora imagen del Estado protector.

Es, también, un libro valiente y esperanzado, porque sus tesis son, por decir lo menos, muy polémicas para los venezolanos, que en gran medida basan sus esperanzas y su seguridad en la creencia de que el Estado todopoderoso y redistribuidor de la riqueza es la clave del buen gobierno y del progreso de la sociedad, para no hablar de aquellos que ven en ese diseño más bien la posibilidad de parasitar cómodamente a través del tráfico de influencias y la corrupción. Es por eso un libro que debe ser leído y discutido en el país, porque las tesis que muestra son claves para sacar a Venezuela de la crisis y es necesario que empiecen a ganar simpatizantes en la población. Para que esa propuesta se haga realidad, es necesario que se vaya gestando un sujeto social y político que pueda liderar un nuevo consenso en Venezuela, que haga atractivas estas ideas y que pueda persuadir a los ciudadanos de que ellas constituyen una alternativa plausible y realista para el futuro. Por eso creo que este libro es una lectura obligada y me parece muy importante su difusión.

Ciertamente me hubiera gustado darle cinco estrellas al libro. Si no se las di, no es porque no me parezca cierto y muy lúcido lo que la autora sostiene, sino porque el libro tiene ciertas fallas que merecen ser comentadas. La principal es típica de la mayoría de los libros publicados en Venezuela, donde tendemos a confundir «editar» con «publicar»: el libro adolece de un mejor trabajo de edición. Una buena editorial no se limita a publicar los manuscritos, sino que los somete a un estricto y largo proceso de lecturas, relecturas y corrección, a fin de que el texto final esté libre de repeticiones, debilidades argumentativas y de ritmo, etc. Este libro no escapa a esa debilidad del paisaje editorial nacional. A veces el texto es innecesariamente repetitivo, contiene algunas citas redundantes que dicen lo mismo que la autora dice muy bien y con más solvencia y autoridad que la de los autores citados, lo cual las hace superfluas, molestas para la lectura y más bien interrumpen el hilo argumentativo. Por otra parte, el libro cierra con un epílogo de Emeterio Gómez cuyo lugar dentro del conjunto de la obra no se ve con mucha claridad. También me parecen un poco redundantes las dos entrevistas a dos protagonistas del “paro cívico nacional” del 2002-2003, ya que se privilegia un solo episodio de una larga historia, donde lo más importante, si la tesis de la autora es cierta, no son los sucesos acaecidos durante el chavismo, sino todo el proceso de constitución y crisis del petroestado venezolano. Además, ambas entrevistas reflejan prácticamente los mismos puntos de vista. Naturalmente, toda entrevista a un protagonista de un hecho histórico es siempre interesante, pero la verdad creo que están un tanto fuera de lugar en el contexto del libro, que hubiese exigido más bien entrevistas a protagonistas de todo el proceso histórico al que se hace referencia. Pero eso, claro está, hubiera convertido el libro en otra cosa: en un libro de testimonios. Por eso, pienso que un una próxima edición del libro debería prescindirse de estos erráticos epílogos, en orden a que brille con toda su luz el gran trabajo que la autora ha realizado.

Y una última cosa: el libro es muy difícil de conseguir. Lo que es muy paradójico, porque es una obra que debería tener más bien una mayor y mejor difusión, si es que quiere tener algún impacto político. Me permito sugerir que se haga un esfuerzo en mejorar su distribución, para que llegue a más lectores. Y no sería mala idea hacer una edición en libro electrónico, lo que lo haría accesible de manera fácil y económica a un público mucho más amplio.


Isabel Pereira Pizani: La quiebra moral de un país. Hacia un nuevo contrato social, Caracas: Artesano Editores-Cedice Libertad, 2013, 204 págs.

https://www.goodreads.com/book/show/18716933-la-quiebra-moral-de-un-pa-s-hacia-un-nuevo-contrato-social

Una nueva biografía de San Ignacio de Loyola

Sin duda, una obra monumental. Un ejemplo de biografía moderna, objetiva, rigurosa hasta el exceso, fiel a la más estricta metodología de la ciencia histórica. Pero allí justamente reside la tremenda limitación de esta nueva biografía de San Ignacio. El resultado de tanto rigor metodológico es la acumulación de una masa inmensa de datos sobre el personaje. Hay todo tipo de información, toda ella sustentada en la debida documentación. A veces, los detalles son prolijos hasta la quisquillosidad, sobre todo en lo que se refiere a las genealogías y relaciones de los sujetos que van apareciendo en el libro. Pero como buen historiador, el autor prescinde de todo aquello que pudiese ser "subjetivo" o estar "influenciado" por la intención de canonizar al protagonista, como por ejemplo, la Autobiografía o los escritos espirituales del propio San Ignacio. El resultado es un personaje vacío, enigmático, sin interioridad alguna, del que uno no se explica cómo es que llegó a ser santo. Y un libro larguísimo, que no se acaba nunca y que resulta sumamente aburrido, aunque, como en todo libro escrito con rigor, se entera uno de muchas cosas, como por ejemplo que San Ignacio sufría de una enfermedad espantosa que le causaba un aliento terrible. Es un buen ejemplo del problema subyacente a la idea de una biografía "científica", entendiendo por "científica" la pretensión de no referirse a nada que no pueda ser "probado" documentalmente y, sobre todo, de no dar por buena ninguna apreciación "subjetiva" que el biografiado pueda tener sobre sí mismo, sobre todo si ésta tiene que ver con asuntos que van contra la metafísica positivista y laica del biógrafo, que por principio no puede aceptar la realidad de los referentes religiosos en los que el santo vivió e interpretó su decurso vital (lo mismo vale para los testimonio de quienes lo conocieron). Así, naturalmente, se puede reunir un montón de información acerca de las circunstancias que rodearon a una persona, pero nunca será posible un acercamiento a la persona misma, que es lo que un lector de biografías espera encontrarse. Prescindir de lo que la persona pensó sobre sí misma, de lo que otros vieron en ella, de los atisbos a su interioridad que estos testimonios "subjetivos" pudiesen ofrecernos es un presupuesto metodológico válido, pero tan dudoso como cualquier otro. Esta biografía le quita a Ignacio de Loyola justamente aquello que lo hizo grande y digno de que siglos después alguien se tomase el trabajo de escribir una biografía suya: la santidad. Yo diría que esta es la biografía secularizada de un santo, un producto notable de nuestra era laicista y descreída.

Me quedo con la bella y ya un poco añeja biografía de José Ignacio Tellechea Idígoras: Ignacio de Loyola: solo y a pie.

Y, no faltaba más, con la propia Autobiografía del santo.


Enrique García Hernán: Ignacio de Loyola, Madrid: Taurus-Santillana Ediciones, 2013, 563 págs.

https://www.goodreads.com/book/show/18395323-ignacio-de-loyola